Todo sobre la mesa


Artistas participantes: Cao Guimarães, Beatriz Eugenia Díaz, Angela Detanico y Rafael Lain, Rosemberg Sandoval, Bernardo Salcedo, Adolfo Bernal, Liliana Sánchez, Mateo López, José Antonio Suárez Londoño, Beatriz González, Elina Brotherus.

Reflexiones sobre la mesa

Una mesa es más que una simple superficie plana. El filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman, afirma que la mesa es un “campo operatorio” o una “superficie preparada” que al recoger heterogeneidades, establece vínculos que resultan poco evidentes, propiciando así una relectura del mundo[1]. Aquellas disparidades que se colocan sobre una mesa nunca son adheridas para siempre ya que una mesa “se reutiliza sin fin para nuevos banquetes, nuevas configuraciones”[2]. Desde servir alimentos, hasta: “depositar ofrendas, disecar un cuerpo, organizar un conocimiento, practicar un juego de sociedad o tramar en ella alguna operación mágica, en todos los casos la mesa da forma a relaciones múltiples”[3]. La mesa es entonces un soporte catalizador en donde cohabitan elementos tanto naturales como culturales, a la vez que temporalidades dispares cuyo cruce o confrontación, desencadena nuevas lecturas.

Aproximarse a la noción de naturaleza muerta—o tradicional práctica de acumular objetos inanimados cotidianos sobre una mesa y convertirlos en sujeto principal de una composición pictórica—desde el planteamiento de la mesa como “campo operatorio” de Did-Huberman, resulta revelador y consecuente con la fácil adaptabilidad y el gran potencial de transformación que el género ha demostrado tener a lo largo de más de 400 años. Desde el siglo XVII las tradicionales naturalezas muertas, evocando “las delicias de la mesa” se convirtieron en grandes campos de experimentación que otorgaron a los artistas la libertad de colocar sus objetos predilectos sobre una mesa con el fin de explorar e intentar resolver problemas pictóricos específicos[4]. Aun cuando su aparente trivialidad les trajo desprestigio haciéndolas ocupar el último escalafón en la jerarquía de los géneros pictóricos por muchos años, historiadores del arte como Norman Bryson destacaron su valor como signos representativos de una cultura de artefactos que responde a las presiones histórico-culturales del momento[5].

La naturaleza muerta—luego de expandir y renovar exponencialmente su repertorio a lo largo del siglo XX—vemos que aún tiene gran resonancia para artistas contemporáneos. La exposición Todo sobre la mesa, plantea un repensar de la noción clásica del género de la naturaleza muerta por medio de obras históricas y actuales realizadas entre 1971 y el 2015 que, al encontrarse y confrontarse en un espacio discursivo, propician nuevas y fascinantes lecturas. Algunas de las obras no necesariamente fueron concebidas como bodegones, mientras que otras si. Sin embargo, todas son piezas contundentes que, debido a su esencia innovadora y desafiante, plantean preguntas acerca del género mismo, mientras demuestran ser un valioso medio de investigación visual de gran relevancia, que al operar sobre superficies planas y sustentarse en la vida material, tiene la capacidad de suscitar profundas reflexiones entorno a la vida, la naturaleza humana, las emociones, la fragilidad, el paso del tiempo, la abundancia y lo deshecho.

Los lenguajes de la pintura clásica, informan las composiciones fotográficas de la finlandesa Elina Brotherus. Enfatizando su fragilidad y belleza, los tulipanes en plano detalle, sirven de metáfora para referirse a la fragilidad de la vida. En 1976, unas manzanas naturales pintadas con vinilo blanco fueron dispuestas por Adolfo Bernal sobre una superficie para ser afectadas por el paso del tiempo; enfrentarnos hoy con la fotografía de su Bodegón que se descompone es revivir mentalmente ese gran gesto poético. De igual manera resulta emotivo el sonido de la respiración que parece confundirse con el murmullo del viento y que emerge de una botella transparente dispuesta sobre una superficie blanca. Ese sonido sutil y arrullador hacen del Bodegón sonoro de Beatriz Eugenia Díaz una pieza meditativa que invita a la introspección.

Los trazos agresivos de Rosemberg Sandoval, contrapuestos con jarrones con flores de Van Gogh en miniatura, son dibujados sobre un pañal de bebé encontrado en la calle, buscando desde la marginalidad, desestabilizar los cánones del arte occidental. En la serie Gambiarras del brasilero Cao Guimaraes, la precariedad, la carencia y la recursividad se filtran en sorprendentes escenas de objetos comunes o artilugios que, por necesidad, han sido alterados o inventados dando cuenta del ingenio del ser humano para sobrevivir. Esa fuerza transformadora tan presente en la obra de Guimaraes se revela de manera particular en la práctica de Liliana Sánchez quien investiga la posibilidad de crear nuevos “objetos-relaciones.” En Beta vulgaris – transformación en rojo, la común remolacha se convierte en el punto de partida de este bodegón abstracto y performativo. Objetos “sospechosos” que evidencian transiciones de color y forma, son dispuestos sobre una enorme superficie de madera o gran tabla de picar, con el fin de redirigir la percepción del espectador para llevarlo a una experiencia estética con “instancias visualmente digestivas.”

En Naturaleza Mesa Viva (1971), Beatriz González desafía la pintura tradicional no solo al remplazar el lienzo por la lámina de metal e incorporar una mesa de producción masiva como soporte, también al reproducir una imagen popular reproducida en una lámina Molinari con el uso de pinturas industriales. Al igual que González, Bernardo Salcedo cuestionó con el uso de la palabra, la función representativa de la pintura tradicional cuando en 1972 realiza Bodegones, una pintura conceptual que por su gran contundencia, se convirtió en una de las piezas icónicas de la historia del arte en Colombia. Retrato de un escritor sin duda conserva el espíritu de Bodegones en su uso de la palabra como elemento plástico, sin embargo, su formato pequeño reitera el carácter íntimo y poético de una naturaleza muerta que a su vez, nos remite a una escena en un guión cinematográfico. El Bodegón Gris de Mateo López, al igual que la pieza de Salcedo, incita al espectador a cuestionar sus ideas convencionales sobre la pintura. La pieza se construye a partir de una cuidadosa selección de objetos o readymades en lata o metal que, al ser pintados uniformemente de vinilo gris y colocados sobre una superficie del mismo color, transgreden la bidimensionalidad propia de la pintura tradicional.

La pintura tradicional también está presente y repensada en A New Cup and Saucer del duo brasilero Angela Detanico & Rafael Lain. Conjugando poesía y tipografía, ellos se valen de la fuente Cubica para transcribir un poema de la escritora y coleccionista de arte moderno Gertrude Stein, usando los colores del bodegón Verre et Fruits de Pablo Picasso. Naturaleza muerta de la serie Ping Pong también se configura a partir de la colaboración de dos artistas; dos dibujos de naturalezas muertas, uno de la autoría de José Antonio Suárez Londoño y otro de Beatriz González son yuxtapuestos en un mismo marco. Realizados en espacios y tiempos un tanto disimiles, los dos se encuentran como símbolo de la admiración y la amistad compartida por estos grandes maestros.

El encuentro y confrontación en un espacio expositivo de más de doce piezas abordadas desde una noción expandida de naturaleza muerta, nos invita a redireccionar nuestra mirada frente a una serie de objetos y sus propiedades estéticas y discursivas para descubrir en ellos aquello que quizás antes no habíamos visto. Pues es en el acto placentero de “reponer la mesa”, que redescubriremos nuevas formas de ver y entender el mundo.

[1] Georges Didi-Huberman, Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? (Madrid: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, 2011) ,40.

[2] Ibid., 45

[3] Ibid., 43

[4] E.H. Gombrich, La Historia del Arte (Madrid: Phaidon Press Limited, 1997), 430.

[5] Norman Bryson, Looking at the Overlooked: Four Essays on Still Life Painting (Londres: Reaktion Books, 1990), 13.

Paula Bossa

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