Santiago Díaz Escamilla: Nunca fue solo aquí (era, ya en otra parte)


 

La práctica de Santiago Díaz Escamilla ha transitado entre el dibujo, la instalación y la imagen en movimiento como un modo de atender a fuerzas y procesos que rara vez se dejan contener en un solo gesto o lenguaje. Su trabajo se ha construido sobre la pregunta por aquello que se desplaza y persiste más allá de cualquier marco único de comprensión, explorando cómo ritmos mínimos y transformaciones sutiles configuran relaciones entre cuerpos, lugares y tiempos. A lo largo de los años, esta atención lo ha llevado a entender la práctica artística como un modo de acompañar procesos y permanecer cerca de sus límites, más que de fijarlos o delimitarlos.

En su primera exposición individual en Casas Riegner, Nunca fue solo aquí (era, ya en otra parte), Díaz Escamilla retoma estas inquietudes a partir de un acontecimiento íntimo: la muerte del pequeño árbol de naranjo que habitó durante décadas el patio de la casa donde creció. El árbol dejó de crecer mientras el artista vivía fuera del país. Sin embargo, esa ausencia no produjo un corte, sino una continuidad distinta: un modo de relación que se reconfigura y se desplaza, como si la experiencia del árbol encontrara nuevas maneras de manifestarse en otros lugares, cuerpos y materiales.

Lo que podría entenderse como una pérdida se transforma, así, en una exploración de las resonancias que persisten en movimiento. Mientras un árbol cesa en Bogotá, en Oslo una hoja se desplaza sobre el agua, y las sombras de otros árboles generan patrones momentáneos sobre el suelo. Estas correspondencias no buscan revelar nada oculto, sino señalar cómo ciertos procesos siguen actuando en simultáneo, de un punto a otro, sin necesitar un origen estable. En ese tránsito, el proyecto avanza mediante traducciones: del dibujo al modelado digital, del volumen a la escultura, del gesto a la acuarela y de vuelta al trazo. Ninguna forma sustituye a la anterior; todas se reinscriben y se transforman, como variaciones de una misma respiración.

Los tres espacios que conforman la exposición proponen un recorrido en suspensión, un territorio donde la experiencia se condensa como en un sueño. ¿Qué ocurre en esos intervalos en los que no terminamos de ser quienes éramos, pero tampoco hemos llegado del todo a otro estado? ¿Dónde reposan las palabras, los gestos o los recuerdos cuando transitan entre tiempos y dimensiones distintas? Este umbral es central en la instalación. Fragmentos de tapete invitan a detenerse o recostarse; pinturas y esculturas despliegan rutas sin un centro fijo; la luz tenue y el aroma a naranja configuran una atmósfera en la que los sentidos se entrelazan sin jerarquías.

En esta muestra, Díaz Escamilla trabaja en un territorio sin bordes definidos, donde las distinciones entre figura y sombra, origen y deriva, memoria y presente se vuelven porosas. Más que separar, la exposición propone acompañar aquello que se desborda de cualquier marco estable de comprensión. El tiempo se percibe denso, superpuesto, con capas que se pliegan unas sobre otras sin precisar dónde empieza o termina algo. Dormir, como morir, puede entenderse aquí como un estado de tránsito: una existencia que continúa en otra parte sin dejar de estar en esta.

Nunca fue solo aquí (era, ya en otra parte) condensa una práctica que se sitúa en esos intersticios donde lo que actúa no siempre se deja nombrar con claridad, pero sigue operando y transformándose. Díaz Escamilla abraza la demora y la atención sostenida, ese lugar donde lo cotidiano se desplaza apenas lo necesario para volverse distinto. Su obra invita a permanecer con la pregunta y a reconocer que los procesos que nos atraviesan nunca se limitan a un solo punto ni a un solo tiempo: continúan resonando, simultáneamente, en múltiples latitudes.