Bixa Orellana | Chuspa


Hace una década, el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo de Guayaquil reunió por primera vez el trabajo de los artistas Antonio Caro y Rosemberg Sandoval. Bajo la curaduría del crítico Miguel González, la muestra puso en escena el trabajo de estos artistas colombianos quienes, además de construir lenguajes que se nutren de su contexto socio-político y geográfico y converger en ciertos mecanismos conceptuales, en 1984 por casualidad, ambos dieron a conocer su trabajo al público ecuatoriano.

Ese diálogo que en 2008 se estableció desde la autonomía artística de cada uno para evidenciar contrapuntos y convergencias, en 2015 fue retomado en las salas de Casas Riegner. Hoy ese diálogo se reanuda una vez más para cuestionar el poder, señalar historias carentes de visibilidad, y a la vez potenciar materializaciones precarias en su mayoría efímeras.

Antonio Caro y Rosemberg Sandoval provienen de entornos ajenos a la cultura refinada. Al establecer conexiones profundas con su contexto geográfico y social, han fijado sus paradigmas culturales en lo autóctono, centrando sus intereses en visibilizar historias olvidadas. Su fijación por lo propio les ha permitido construir un lenguaje artístico coherente, arraigado en localismos que, por su estructura, códigos y referentes, también tiene la capacidad de trascender esa especificidad.

Sandoval comprende el mundo desde una práctica conectada con la estética del dolor y la muerte, que además de esconder procesos anónimos y de centrarse en enlazar lo “ancestral con lo actual, lo lumpen con lo eterno”, por lo general se desenvuelve en lugares marginales e inestables. Caro, por el contrario construye su práctica desde la apropiación de símbolos publicitarios, tecnologías y tradiciones indígenas e iconos nacionales, para cuestionar las estructuras de poder que dominan nuestra sociedad. Ambos sin embargo, de maneras muy particulares y manifestando intereses similares, imbuyen la contemporaneidad con valores indígenas.

La apreciación por la cultura indígena se evidencia desde muy temprano en la carrera artística de Antonio Caro. En 1987, sin embargo, este interés es proyectado de manera enfática en su Proyecto 500, una serie de charlas de carácter performático realizadas en ciudades de Colombia, Ecuador y Venezuela que buscaban crear conciencia sobre el verdadero significado del descubrimiento de América. En 1992, y luego de cinco años de charlas y performances, Caro empieza una exploración material suscitada por un fragmento de papel amate mexicano que le fue obsequiado; de manera intuitiva y fortuita, interviene el amate con pigmento de achiote, desencadenando una serie de acciones en las que interviene los cuerpos de los visitantes, parodiando las pinturas corporales de los indígenas amazónicos. En el 2001, el achiote deja de ser utilizado como material simbólico para asumir un carácter textual al ser integrado en la estructura visual de la famosa caja de Chiclets. Como en sus piezas icónicas Colombia (1976) y Marlboro (1973-1975) en las que se apropia de “tipografías comerciales multinacionales” de gran circulación y popularidad, en Achiote recurre a una estructura común y familiar para establecer un juego en la mente del espectador.

El menor de catorce hermanos y de padres campesinos desplazados originarios de Cartago, Rosemberg Sandoval creció en un entorno de grandes limitaciones. El sufrimiento y la cultura enferma que constantemente lo rodearon, sirvieron de impulso para configurar una práctica artística que en palabras del artista: “desafía el dinero, el gusto y el propio mito del arte”. Fuertemente anclada en el pasado precolombino, la práctica de Sandoval politiza lo ancestral. Es usual ver en su trabajo la inclusión de técnicas ancestrales, términos provenientes de lenguas indígenas colombianas, o la representación de instrumentos de civilizaciones lejanas atravesados por significaciones y realidades actuales. Chuspa, el proyecto más reciente de Sandoval, toma como punto de partida el término de origen Quechua muy común en el territorio vallecaucano con connotaciones ritualistas que hoy en día se refiere a la bolsa plástica de mercado. En dicho proyecto, Sandoval convierte la chuspa en un elemento de enlace entre tres piezas instalativas, cada una integrando un ingrediente primordial. En Puñado de tierra Sandoval retoma la chuspa como objeto ancestral y la emplea como soporte y contenedor en la construcción de una suerte de “árbol genealógico de la miseria” que, al señalar la historia de sus familiares y amigos, también apunta a la situación de millones de colombianos desplazados, marcados por la violencia. En Extensión, Sandoval tiñe obsesivamente una sábana en café colombiano para luego suspenderla de una sonda plástica conteniendo su propia orina. En Arrozudo—pieza efímera presentada por primera vez en el marco del Festival Mundial de Performance celebrado en Caracas en 2005— Sandoval construye una enorme bandera de los Estados Unidos a partir de cientos de bolsas de arroz crudo, haciendo referencia a la situación humanitaria tan compleja que vive Venezuela.

Este tercer diálogo artístico entre Antonio Caro y Rosemberg Sandoval reconfirma el enorme valor y singular aporte de su trabajo. No solo son sensibles y habilidosos en sus maneras de cuestionar el poder y señalar lo invisible, también insisten en que enfilemos nuestra mirada en un horizonte cultural propio y ancestral.

Paula Bossa

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